AMANECE EN EDIMBURGO

AMANECE, QUE NO ES POCO

Amanece en Edimburgo

Es el musical del momento. Un arrollador triunfo en su país de origen avalan, en términos comerciales, esta obra basada en la función homónima de 2007, poseedor además del premio TMA a la mejor representación musical en dicho año.

Un exitoso bagaje también aplaudido por una amplia parte de la crítica, otorgando cierto prestigio a una cinta agradable, sí, pero de una simpleza un tanto alarmante, siempre al servicio de una estupenda banda sonora, a veces, exageradamente metida a presión.

Amanece en EdimburgoAlgunos de estos medios la han bautizado como la nueva Mamma Mía! de la década. Una comparación, en mi modesta opinión, totalmente errónea visto los resultados.
Gustara o se detestara, y dejando a un lado su calidad más allá del entretenimiento, el musical de ABBA proponía un juego directo de complicidad y cercanía entre película y espectador. El baile por el baile, un vodevil exagerado, amanerado, pasado de moda si se quiere, pero pegajoso como pocos. Convertía a la impresionante isla griega (cual representación de la diosa del amor) y a sus simpáticos aldeanos en un personaje más, recurriendo a ellos cada vez que un número musical requería un buen show, y conseguía unir todas las historias de un modo tan disparatado como, admitámoslo, efectivo.

Amanece en EdimburgoAmanece en Edimburgo, en su concepto, trata de buscar idénticos intereses que su homóloga inglesa, haciendo de la ausencia de pretensiones y el divertimento saludable su seña de identidad. Pero ni los personajes, algo pobres, ni sus historias, insípidas y unidas de forma poco convincente, consiguen sellar un conjunto consistente, a pesar del buen hacer de las letras del grupo escocés The proclaimers, claves para elevar el resultado final del film. Intenta también transformar a los personajes y escenario (en este caso la floreciente capital escocesa) en pieza clave a la que invocar cada vez que el espectáculo flojea en intensidad, pero fracasa en su cometido, posiblemente, por no conseguir hacerlos partícipes de las tramas originales, algo que queda expuesto en el desafinado momento en el museo.

Lo mejor, los planos aéreos de una bellísima Edimburgo y el último número, una especie de flashmob que, éste sí, contagia frescura y mucha energía. La misma que se echa en falta en la hora y media anterior.

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