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LA CELEBRACIÓN DE LA VIDA

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“Este ha sido el mejor año de mi vida”, afirma con contundencia el personaje interpretado por Penélope Cruz en el último tercio de la película que nos ocupa. Y eso a pesar de que, en los últimos doce meses, ha tenido que enfrentarse a dos carcinomas, a duras sesiones de quimioterapia y, lo más terrible, a una mastectomia de su pecho derecho. Pero, en ese momento, la felicidad es tan pura que necesita exteriorizar sus sentimientos. Sus ojos la delatan y el espectador, cómplice de su júbilo, entiende perfectamente el porqué de semejante afirmación. Dicha comprensión nace de los minutos anteriores: con la carga poética que le caracteriza, el director Julio Medem inunda la pantalla con un torrente de imágenes que invitan al optimismo y de enseñanzas, no exentas de dolor, cargadas de esperanza. De verdadera esperanza. La conexión con el espectador, lógicamente, se hace abrasiva.

MA MA 4El secreto de MA MA radica en los detalles. Lejos de hacer mella en el sufrimiento de la protagonista (una impresionante Cruz, en el papel de su vida), y haciendo gala de una agradecida falta de complejos, el cineasta vasco subraya, con gran inteligencia, los pequeños momentos que hacen más digerible el día a día. Quienes hemos vivido de cerca esta experiencia los conocemos de sobra: el valor de una sonrisa, un abrazo inesperado de los más allegados, las risas que surgen de bromas que tienen como protagonista a la propia enfermedad o, incluso, el cariño de una enfermera que aporta un inmenso resplandor en medio de tanta oscuridad (maravillosa intervención de la siempre extraordinaria Silvia Abascal). De hecho, todos los personajes que rodean a Penélope están dotados de una cercanía tan exagerada como convincente, pues enfatiza con enorme acierto el mensaje propuesto por Medem: el positivismo, mezclado con arrebatos musicales y días de playa, puede ser la mejor de las medicinas.

Pero por encima de todo, Ma ma es un sentido homenaje a todos aquellos que sufren la enfermedad, ya sean pacientes o daños colaterales de su fiereza: a ellas, por mostrar una entereza contagiosa y unas ganas irrefrenables por vivir; a ellos, que ven la lucha desde la impotencia más absoluta; a los hijos, principal motivo de que sus sonrisas permanezcan inalterables, irradiando luz incluso en los momentos no tan buenos; y a todos aquellos que hacen posible que esa lucha, cada día, tenga más victorias que derrotas. Significa, a fin de cuentas, la celebración de la vida misma.

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