DESMOND NO COGIÓ SU FUSIL
Gibson es Gibson, para lo bueno y lo malo. Injustamente menospreciado en Hollywood por una vida de excesos, desenfreno e inoportunas declaraciones reaccionarias, su vida privada, plato de buen gusto para la prensa sensacionalista, ha llegado a eclipsar hasta límites irrisorios una carrera como director labrada a base de esfuerzo y gusto narrativo. Cinco películas rodadas, cinco enormes razones para considerarle uno de los directores más importantes del cine coetáneo. Del intimismo que despertaba la infravalorada El hombre sin rostro, pasando por la majestuosidad de su cine de aventuras (Apocalypto y Braveheart, una de las cintas más importantes de la infancia del que aquí escribe) o la espiritualidad, más allá de su sangriento y polvoriento envoltorio, de la excelente La Pasión de Cristo, el realizador ha demostrado en cada uno de sus proyectos un compromiso insólito en el panorama actual, tan tradicional que rompe, divertidamente, con las nuevas tendencias sembradas, recuperando un tipo de cine que sólo resiste en la mente de los más cinéfilos.
Llevamos citadas cuatro de cinco. HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE representa el último vértice de su envidiable filmografía. Nuevamente, un trailer destripa impunemente el factor sorpresa de esta historia basada en la vida de Desmond Doss, un joven objetor de conciencia contrario a los fusiles que se alistó en el ejército norteamericano con el propósito de servir como médico durante la 2º Guerra Mundial. ¿Su única arma? Una convicción religiosa a prueba de bombas (literalmente hablando). Acentuando el carácter casi mesiánico de su personaje, con contrapicados y estampas decoradas por fugaces y calculados rayos de sol, el cineasta firma un contundente alegato pacifista mostrando, paradójicamente, la brutalidad y el sinsentido de las trincheras en todo su devastador esplendor. Como prueba, su segunda y catártica hora, capaz de fusionar el salvajismo implacable de los primeros veinte minutos de Salvar al soldado Ryan con el clasicismo y la lírica que Clint Eastwood estampaba en su memorable Cartas desde Iwo Jima.
Coherente en todo momento con sus ideales, Gibson ha querido dirigir un relato sobre cómo las creencias mueven montañas, y nos ha regalado, además, una inolvidable epopeya sobre la fe inquebrantable en el ser humano. Un doble triunfo de la, posiblemente, mejor película bélica de lo que llevamos de siglo.