NAVEGANDO POR AGUAS SEGURAS
Ganadora del Oscar al mejor film de animación, Buscando a Nemo supuso el regalo cinematográfico más gratificante de la temporada navideña de 2003. Seducida por los grandes clásicos de la infalible Disney, su sabia mezcla de diversión y ternura, la prodigiosa y nítida calidad de sus imágenes y el respeto hacia un público que demanda intrigas más complejas que las que presentaba el cine infantil de la época se tradujo en uno de los mayores pelotazos de la historia de los estudios Pixar, constatando una realidad que el tiempo se encargaría de validar: su vida se extendía más allá de los muros de la fundacional Toy Story.
Más de una década después, la fábrica de sueños retoma las andanzas del pequeño pez payaso en BUSCANDO A DORY, una secuela tardía que, por suerte, bucea en aguas seguras. Consciente de la pérdida del factor sorpresa, el cineasta Andrew Stanton, director de la primera entrega, fija constantemente la mirada en el modelo que le encumbrara, readaptándolo y, he aquí la proeza, potenciando los innumerables aciertos (los golpes de humor, haciendo protagonista a su estrella cómica) y corrigiendo los minúsculos errores que tuviera (algún que otro exceso de glucosa). A pesar de calcar su fisionomía y rozar los mecanismos funcionales del reboot, consigue enlazar narrativamente, con la maestría del mejor Pixar, ambos largometrajes componiendo un díptico fresco, inteligente, de visionado obligatorio para padres y vástagos. Y si encima rematas la jugada con los evocadores acordes de Louis Armstrong, la película, como el mundo, puede convertirse en algo maravilloso.