ADIVINA QUIÉN VIENE ESTA NOCHE
Adherida a la corriente de cine con intruso, Los extraños, ópera prima del hoy desconocido Bryan Bertino, dividió en su estreno a los espectadores afines al terror fílmico de forma radical: algunos vieron en ella el soplo de aire fresco que demandaba el género desde los tiempos de Scream. Vigila quien llama; otros, una tomadura de pelo a mayor gloria de los encantos de la actriz Liv Tyler; y entremedias, y sin hacer mucho ruido, estábamos los que la consideramos un fast-food tan olvidable como estimable, de estupendo acabado técnico (y más para una propuesta de limitado presupuesto como era el caso), no especialmente aterrador pero sí eficaz en sus propósitos, cuyo mayor problema residía en que, en realidad, no era más que la respuesta comercial y hollywoodiense a la estimulante Funny games de Michael Haneke. Una película que, por cierto, sí que daba verdadero miedo.
Diez años después de aquel intento de resucitar el slasher, el realizador Johannes Roberts, famoso en el gremio por sus inenarrables incursiones en el universo de los escalofríos (suyas son las espeluznantes, en el mal sentido, El otro lado de la puerta o 47 metros), presenta una secuela tardía de la producción interpretada por la mencionada Liv Tyler y Scott Speedman. Basada, supuestamente, en un caso real (los archiconocidos asesinatos de Sharon Tate y sus comensales sirven de plantilla oficial para este tipo de seriales), la fórmula que presenta, copia y pega de la original, la hemos visto tantas veces como alcanza a recordar nuestra memoria: una familia descansa plácidamente en un camping aislado de todo ser viviente. La oscuridad de la noche solo se rompe por la luz que proyectan las farolas y la propia roulotte. Al poco tiempo, aparecen tres siniestros personajes encapuchados de las sombras. Y con intenciones poco halagüeñas.
La cinta, como era de esperar, no escapa ni de los convencionalismos ni de las arbitrariedades propias de este campo cinematográfico: golpes de efectos gratuitos, nula expansión de su argumento más allá del juego del gato y el ratón y repetición hasta la extenuación de los esquemas tácticos de la primera entrega (incluyendo la insidiosa torpeza de sus personajes principales). Eso sí, detrás de sus manidos y agotadísimos clichés, y unido al placer culpable que proporciona casi siempre la ejecución de estas, progresivamente, delirantes propuestas (los devotos del horror no tenemos remedio), su agradecido aroma a serie B y los desvergonzados y explícitos homenajes que proyecta sobre algunas cintas icónicas (Scream y La matanza de Texas, esta última en un instante final casi calcado), habita el embrujo de algunas escenas brillantemente rematadas. Y entre ellas, por su nostalgia, la osadía de su planificación escénica y el contraste de su sinfonía declaradamente romántica con algunas dosis de violencia gráfica, destaca la excepcional secuencia protagonizada, a escala vocal, por la incombustible Bonnie Tyler.
El director, conocedor de los encantos vigentes en estos minutos, vuelve a reincidir fotocopiando su propia receta en un descontroladísimo final que evoca, agárrense, a un momento concreto de la infravalorada Christine de John Carpenter. No obstante, la eficacia del invento, divertidamente, permanece impoluta. Y es que, ¿quién puede resistirse a los encantos de una buena carnicería humana al son, en esta ocasión, de la maravillosa y ochentera Making love out of nothing at all?