LOS HORRORES DE LA GUERRA
Qué difícil resulta encontrar un producto cinematográfico con la suficiente audacia de aunar calidad y entretenimiento, diversión y apuntes renovadores dentro del género, nostalgia bien entendida sin descuidar los gustos y ambiciones de las nuevas generaciones. Con enorme modestia y mejores intenciones, sobre todo en su condición de agradar a las masas de espectadores, la estimulante y atípica OVERLORD, último proyecto facturado por el siempre spielbergiano J.J. Abrams, consigue exprimir al límite la fórmula mágica del blockbuster más comercial cumpliendo los requisitos anteriormente señalados con resultados notables, sobre todo en su capacidad de atender a los fans declarados del terror de serie b, principalmente de producciones rebosantes de vísceras y hemoglobina, con el público menos asiduo a estos menesteres.
La premisa es sencilla: durante la II Guerra Mundial, un grupo de paracaidistas norteamericanos tiene la misión de destruir una importante fortaleza dominada por el ejército nazi. A medida que se adentran en el pueblo que yace en sus alrededores, frecuentado por aldeanos aterrados por la tiranía de los alemanes, irán descubriendo que algo mucho más tenebroso que la contienda en sí se esconde en las mazmorras de la muralla.
Lo realmente elogiable del caso reside, principalmente, en la unión de los tres pilares que sostienen dicho planteamiento: el primero, la enorme honestidad del proyecto, brillante en a la hora de extrapolar los cánones propios de la temática en su vertiente más descabellada y bizarra; el segundo, la amalgama de referencias audiovisuales que posee el film, conectando con el germen de clásicos como (agárrense) Los cañones de Navarone o los desaires característicos de los videojuegos de survival horror; y por último, y no menos excitante, el derroche pirotécnico que presenta su fantástico diseño de producción, sobre todo en unos primeros minutos en los que la batalla, por obra y gracia de los excelentes decorados, se convierte en un escenario poco menos que de ultratumba. Es cierto, no obstante, que en determinados pasajes la historia demandaba mayores dosis de humor negro o, en su defecto, una mayor presencia del factor sorpresa (el cual no desvelaremos) que encierra la película. Pero no se alarmen: su absoluta falta de complejos y el aquelarre del tercio final, todo un carnaval de sangre, amputaciones y carnicería, compensan los pequeños defectos de fábrica.