LA IDEALIZACIÓN DE LA JUVENTUD
Érase una vez una joven de diecisiete años inteligente, inconformista y un tanto contestataria pero de buen corazón. Vivía con su familia en un barrio de Sacramento, justo en el lado de la vía del tren equivocado, caracterizado por una humildad que contrastaba con la ampulosidad de las mansiones que reinaban un pocos metros más allá. Soñaba con comerse a bocados el mundo, abandonar los dictámenes religiosos marcados por la escuela católica en la que estudiaba, descubrir por sí misma los secretos y el ambiente cosmopolita que esconden las ciudades situadas en la Costa Este de Norteamérica y alejarse de una madre a la que adoraba pero que, en el fondo, y como buena adolescente díscola e inmadura, no podía soportar. Se hacía llamar Lady Bird, quizás por intentar atrapar, aunque simplemente fuera a través de las letras que componían su nuevo apodo, parte de esas ansias de libertad que tanto anhelaba descubrir y que tan lejos le resultaba divisar. Su verdadera identidad.
Con total seguridad, y obviando los detalles más particulares, el argumento descrito en el anterior párrafo les suena familiar. Lo hemos visto exhibido, con mayor o menor fortuna, en innumerables producciones americanas, la mayoría desde la perspectiva independiente (o indie, como prefieran) que muestra la película que nos ocupa. No obstante, no se dejen llevar por los prejuicios. A diferencia de las más insulsas, lastradas por los convencionalismos y ciertos desmanes de pretenciosidad, la efectiva LADY BIRD, símbolo actual, por motivos evidentes, de la corriente feminista abanderada por Hollywood, sobrevuela por encima de la media gracias a la espontaneidad, el minimalismo y la carga nostálgica conferida por su directora, la (a veces pasional, a veces irritante) actriz Greta Gerwig, capaz de conglomerar con acierto los detalles más personales de su juventud y transformarlos en un collage que conecta de lleno con el pasado del gran público.
De esta manera, y apoyándose en la maravillosa interpretación de Saoirse Ronan, diamante en bruto de la industria actual y álter ego de la realizadora, compone un certero fresco sobre la reconciliación con esas raíces que un día rechazamos y la añoranza, vista desde la distancia, de aquellos maravillosos (e idealizados) años, capturando a modo de episodios sueltos momentos álgidos de la aventura misma del crecer: conversaciones inanes con nuestros amigos de sangre (brillante la secuencia en la que hostias no consagradas y debates sobre la masturbación comparten plano); las relaciones fallidas; las relaciones aún más fallidas; la soledad que conlleva la incomprensión y la fascinación que se proyecta más allá de los dominios del reino materno. Todo expuesto desde la más absoluta naturalidad, sin histrionismos, sin situaciones atípicas o falsamente desmesuradas, y en donde parece no pasar nada y, en el fondo, pasa de todo. Como en la propia adolescencia.