EN BUSCA DEL TESORO PERDIDO
Fue la sensación cinematográfica del verano de 2012, al menos a cuanto a público infantil se refiere. Una promoción televisiva indecente por parte de las cadenas contribuyentes, pósters de la cinta por cada metro cuadrado y una grimosa melodía musical número uno en las radios más afamadas (posiblemente ya no se acordarán, pero la canción “Te voy a esperar”, orquestada por Juan Magán y Belinda, resonó hasta extremos suicidas en la cabeza de muchos españoles) propiciaron un éxito de público sin precedentes en una producción española de estas características, viéndose recompensada con dos de los Goyas más relevantes de la ceremonia: el de mejor dirección novel y (ejem) guion adaptado. Las aventuras de Tadeo Jones demostró que, si nuestra industria animada se lo proponía, podía conseguir la complicidad de nuestros queridos infantes. Incluso cuando el largometraje, brillante en el apartado técnico, cojeaba bruscamente en el terreno narrativo, bebiendo en demasía de unas referencias cinéfilas y contemporáneas (de esas impresas con sello de caducidad) que absorbían cualquier atisbo de personalidad al film.
Demolido el factor sorpresa, el espectáculo febril y descontrolado que presenta TADEO JONES 2. EL SECRETO DEL REY MIDAS, nuevamente satisfactorio en términos visuales, apenas regala minutos de riesgo y originalidad en materia de guion. Al menos para el espectador adulto. Los pequeños, en cambio, sí verán cubiertas gran parte de sus necesidades gracias a la explotación de los aciertos (comerciales, se entiende) exprimidos en la película original: una trama aventurera de fácil seguimiento, la aparición estelar del personaje cómico de rigor (la momia de la primera entrega, divertida para ellos, absolutamente insoportable para sus acompañantes) y el carisma de una pareja de enamorados tan acartonada como genuinamente efectista. Eso sí, reconociendo sus valores funcionales, exhibe, como defecto más sangrante (y, sin duda, reprochable), una sucesión ilimitada de insufribles tópicos y estereotipos propios de la cultura ibérica, identificando la Marca España con las tradicionales siestas, bailes andaluces y folclóricas enloquecidas por sus amados “gitanillos”.